“¡Dolorcita, que aplaque! ¡Madre, que aplaque!”

 Clama Gladis Lucas rodando entre las bancas de La Dolorosa la noche del 16 de abril de 2016.  Llueven ladrillos en la casa de Dios. El terremoto de 7.8 la agarra lejos de la suya que en ese instante se derrumba.

“Mamá dice que mi hija está repitiendo mi historia”, Denisse Saltos resume así los derrumbes de sus vidas. Dos años tenía cuando un avión se estrelló sobre la torre de la iglesia del barrio La Dolorosa llevándose varias casas, la de sus padres se convirtió en escombros, con ella adentro. Ocurrió en Manta la noche del 23 de octubre de 1996.

En la calle 8 y avenida 21 los rescatistas tratan de recuperar personas vivas o muertas de lo que fue un edificio de cinco pisos, entre los vecinos se repite una metáfora: “nos cayó otro avión”. El templo, símbolo del resurgir de las cenizas, está cuarteado, la misa es afuera, un canto se mezcla con el crujido de los escombros: “Dolorosa de pie junto a la cruz, tú conoces nuestras penas, penas de un pueblo que sufre…Dolorosa salva al Ecuador”.

Denisse no es creyente. Suenan vallenatos en el departamento que alquila.  Su hija de tres años juega con una motito de plástico. Pareciera que nada ha pasado. Pero pasó.  El 16 de abril envió a la nena a una fiesta de cumpleaños, a la calle 8 y avenida 21. “La invitación estaba para las tres de la tarde, pero la mandé a las cinco, se me complicó por lo de mi trabajo. La fiesta era en el cuarto piso, en el departamento de personas de confianza, por eso fue sola, por eso fue de las últimas en la matiné”.

Denisse servía cerveza en un bar cuando sintió que bajo tierra galoparon mil caballos salvajes. Fue su madre quien la llamó para avisarle que el edificio de la 8 y la 21 se desplomó. Nadie había retirado a la pequeña de la fiesta.

Sin un gesto en el rostro, Denisse relata que rescataron a la niña en la madrugada, que ya tenía el color de la muerte en estos casos: púrpura. En ese edificio murieron siete personas, seis de una misma familia.

Ni cuando lo del avión, ni ahora ha recibido atención psicológica. Ella no pregunta, no le habla a su hija de lo que pasó. No llora.  “Eso me lo guardo, como siempre me lo he guardado. Mi preocupación es la falta de trabajo, hace días que no se abre el bar”.

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Para el escritor y periodista Alex Grijelmo las palabras tienen su propio inconsciente, acumulan un significado emocional, personal o colectivo. En Manta el horror tiene nombre y apellido: Felipe Navarrete.  Se llamaba así uno de los edificios que colapsó en la zona de Tarqui, de sus ruinas sacaron 92 cadáveres y 31 sobrevivientes.

Liber Pincay es de los que vivió para contarla. Al momento de la entrevista se le pide hablar lejos de los niños. Dice que ellos lo han escuchado todo, y tantas veces.  Sobre el hombro lleva un perico que de vez en cuando le roza los labios con su pico.

En 57 horas bajo los escombros vio poco con los ojos porque allí solo había tinieblas. Sus otros sentidos le remitieron el infierno al que descendió junto a su esposa Yadira, aquel sábado en que fueron por útiles escolares para sus tres hijos a Todo en Papelería.

Su relato trae la voz de su esposa suplicándole que le corte las venas, cantando alabanzas aprendidas en la niñez, haciendo una confesión: “perdóname mijo porque yo nunca te he dicho te quiero, te amo, porque yo nunca he tenido esa costumbre”. Es que hablando de frente no se ponían melosos, pero por Facebook se mandaban dibujitos, mensajes de amor.

Bajo la losa una mujer con siete meses de embarazo decía que su niño no lloraba, luego que la ayuden a parir, pero ahí era imposible doblar las piernas.  Sin saber si era verdad o alucinación, Liber le aconsejaba no cortar el cordón umbilical para que el bebé no deje de recibir oxígeno. En el desquicie un adolescente llamaba a Superman, otros al repartidor de agua. Él bebió su orina. Escuchó una voz que lo invitaba a mirar la destrucción del planeta, y por ese instante emergió hasta las estrellas.

No sabe cuándo murió su Yadira, calcula que fue la tarde del domingo siguiente al desastre. La reconoció por el olor del cabello. Las últimas horas previas al rescate se arrastró entre cadáveres y ratas, sin saber si en el firmamento brillaba el sol o la luna.

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“Fue aplacando el temblor, me paré en La Dolorosa, dije voy a buscar a mis hijos, conseguí uno, luego al otro y así, pero me faltaba Danielito, el corazón me atacaba, me avisaba. ¡Ay mi corazón no fue engañado!”, Gladis Lucas se desborda.

Daniel Barcia Lucas era el cajero de confianza en Todo en Papelería.  Cuando su madre llegó a Tarqui lo vio doblado entre los escombros. Lo sacaron muerto, apenas tuvo tiempo de darle un abrazo, besarlo y sacarle el reloj.

Es 1 de mayo, ella y su familia ingresan al albergue del Colegio Manta. De su cartera saca el reloj, lo sostiene en su mano como si fuera un corazón y le entrega sus sollozos. Recuerda que en el hospital bebió unas gotas calmantes y una doctora le colgó en el cuello un rosario. Es toda la asistencia recibida para su dolor.

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En la avenida 38 y calle 12 una construcción de cuatro pisos se fue abajo como piezas de jenga. Ocho personas de una misma familia quedaron atrapadas, cinco salieron con vida, de ellos uno murió en el hospital dos días después. Se trata de Cristhian Chancay.

Su madre, Cristina Santana, no termina de entender cómo es que la muerte lo persiguió hasta allá. ¡Parecía que lo peor había pasado!, hasta conversaron. Los otros muertos fueron la esposa de Cristhian, la esposa de otro de sus hijos y su nieta.

En un garaje vecino está Cristina y sus hijos; por sus compromisos hacen un total de cinco familias. Una de las hijas recibe atención psicológica en una iglesia, el resto vive el duelo como sea, no viendo noticias, solo prenden un viejo televisor para entretenerse con algún melodrama.

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María Elena Toala no quiere alimentar con miedo al hijo que lleva en su vientre. Pero eso es lo que hay desde que los productos de su tienda le empezaron a caer en Tarqui. Tiene cuatro meses de embarazo y una amenaza de aborto. Su niña de tres años no quiere que oscurezca, cree que los terremotos son traídos por la noche, por eso duerme antes de que caiga el sol.

John, de siete años, va a la consulta psicológica (privada). Dibuja un edificio, él en el cuarto piso, la tierra abriéndose, la gente lloviendo y en el cielo unas fauces.  La psicóloga le pide pasar por la palabra lo que piensa del terremoto, él dice que tiene un solo miedo y señala hacia arriba.

-¿Al cielo raso?, ¿Temes que te caiga algo?

-No, yo le temo al señor que vive en las nubes, ese que tiene dientes afilados y nos revuelve.

Lawrence Tirino, psicólogo estadounidense residente en Manta, indica que en la población las reacciones son diversas, unos trabajan sin descanso, otros se refugian en iglesias, otras andan como zombies. Que son importantes los primeros auxilios psicológicos, apoyarse en la familia, en consejeros, vivir las etapas del duelo, hacer actividades que ayuden a retornar a la normalidad, a salir fortalecidos, eso que llaman resiliencia.

Según Manuel Chauvin, asesor ministerial, existe una estrategia de salud mental que tras el terremoto fue reforzada. La intervención empezó con la preparación del personal destinado a la emergencia. La segunda fase es la de atención en los albergues.

Psicólogos de España, México y Chile han dado talleres para capacitar en intervención en desastre. Porque en esto tampoco el país estaba preparado. A los albergues llegan voluntarios de universidades, pero no se realizan procesos.  Tirino asegura que acudió al Comité de Operaciones Emergentes para ofrecerse como voluntario, pero lo enviaban de una mesa a otra, hasta que desistió. 

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En las manos de un bombero tiembla una flor. Las mismas que enterró en la zona cero de Tarqui. Es Adrián Cedeño, de 21 años, el guerrero que después de cumplida la misión se derrumba y derrumba a los que vieron su foto en redes sociales. La flor que deposita en la zona cero le recuerda a los que salvó y a los que no pudo.

Los bomberos de Manta dicen que por tres ocasiones han llegado psicólogos al cuartel, pero se ha interrumpido la atención por varias situaciones. El suboficial Byron López cuenta que la última vez fue por una réplica. “Nos decían que guardáramos la calma, pero fueron ellos los que salieron corriendo».  En la casa de los superhéroes estalla una carcajada.

Crónica publicada en la edición que SOHO Ecuador preparó con historias sobre el terremoto.

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